Ciencia y tecnología

Estados Unidos ha sido el arquitecto de la globalización moderna, pero ahora se enfrenta a las principales consecuencias de este proceso.

El mundo nunca experimenta cambios drásticos de un día para otro, pero hay momentos críticos que solo podemos reconocer con la mirada puesta en el pasado. Ciertos eventos, como la caída del Muro de Berlín en 1989, el colapso del acuerdo de Bretton Woods en 1971 y la quiebra de Lehman Brothers en 2008, marcaron el fin de una era y el comienzo de otra completamente distinta.

En la actualidad, es muy probable que nos encontremos en un punto similar a aquellos tiempos de cambio. La afirmación del político británico Darren Jones de que «la globalización, tal como la hemos conocido durante las últimas décadas, ha llegado a su fin», plasmada en un artículo de Newsweek, podría parecer una reacción exagerada ante las tarifas impuestas por Trump, pero vale la pena considerar su veracidad.

Estamos atravesando algo que trasciende el ámbito de una mera guerra comercial. Esto representa el deterioro de un orden económico que ha sostenido la estructura del comercio global durante tres décadas. Tara Zahra, en un artículo para The New York Times, explica cómo este momento conmemora el colapso de la primera era de la globalización, el cual se remonta a 1913, cuando el valor de las exportaciones globales cayó del 14% al 6% de la economía global.

Estados Unidos, que fue el principal arquitecto de este sistema, ha pasado a ser su gran destructor. La nación que una vez promovió las virtudes del libre comercio ahora aplica tarifas similares tanto a sus aliados democráticos como a regímenes totalitarios como el talibán. De hecho, en la Unión Europea, se imponen tarifas más altas que a países como Corea del Norte.

No se trata simplemente de la política errática de un presidente individual; es la culminación de un proceso largo y complejo. Como documenta Zahra, el anuncio de las protestas anti-globalización en Seattle en 1999 resonó en todo el mundo. Un claro ejemplo de esto fue lo sucedido en Barcelona, donde decenas de miles de manifestantes se opusieron a la OMC. Esta dinámica se intensificó con la crisis y la pandemia de 2008, revelando la fragilidad de nuestras cadenas de suministro en un mundo que ya estaba dividido antes de que Trump asumiera la presidencia.

Lo más alarmante es lo que se está desarrollando en el otro lado del océano Pacífico. China no muestra signos de arrepentimiento ni espera un cambio de dirección con resignación. Al contrario, está construyendo activamente su propia esfera económica independiente. Un buen ejemplo es el caso de Huawei, que no solo se dedica a competir, sino que está creando su propio ecosistema cerrado.

Mientras tanto, Beijing ha preparado una serie de medidas en respuesta a las tarifas impuestas por Trump, que van desde aumentos de precios en productos hasta la prohibición de películas estadounidenses. Estas no son únicamente reacciones defensivas, sino que forman parte de una estrategia a largo plazo para disminuir su dependencia y exposición respecto a Occidente. China está formando sus propios ecosistemas en términos tecnológicos, financieros y comerciales, de forma similar a lo que está ocurriendo en la UE, donde se comienza a forjar un nuevo escenario de islas independientes.

Algunos cambios pueden revertirse si Trump deja el cargo y se producen nuevas administraciones, pero otros ya serán permanentes. Una vez que se rompe la confianza, se torna complicado restaurarla. Lo que le aconteció a Huawei y a otras empresas en 2019 es una lección dolorosa: la dependencia de un único mercado (particularmente el estadounidense) se traduce en vulnerabilidades significativas.

Praness Narayanan, del London Public Policy Research Institute, expresó en un informe para NBC que «las decisiones que toman [las empresas] en este contexto impactarán profundamente el comercio global». El resultado final será un sistema mundial más fragmentado, redundante y paradójicamente menos eficiente que aquel que había emergido de la era de la globalización.

Aurélien Saussay, de la London School of Economics, ha anticipado que el costo de esta «desglobalización» recae sobre los consumidores, manifestándose en precios más elevados y en una menor variedad de productos disponibles en el mercado.

La acumulación de piezas que han conformado el marco imperfecto que ha permitido la mayor prosperidad global en la historia está siendo desmantelada. Esto es especialmente preocupante en el contexto actual, donde la inteligencia artificial, el cambio climático y los desafíos demográficos demandan una colaboración más estrecha entre las naciones.

El péndulo fluctúa hacia bordes más cerrados y arcos más disfuncionales a medida que las naciones buscan ser más autosuficientes y menos dependientes.

El futuro permanece incierto: no se trata de si la globalización puede ser mantenida, pues parece cada vez más complicado revertir ciertos pasos, sino de cómo construir sobre sus cimientos deteriorados.

En | Hay un claro ganador con las tarifas del 25% para el automóvil: se llama BYD y representa todo lo que China tiene que ganar

Excelente imagen |