(Lunes 17, 2025, salarios). Lamentablemente, he contado historias que nunca viví; la gente en nuestra ciudad es un tanto reacia, sentimos que yo, un extraño, no pertenezco del todo a este lugar donde simplemente cohabitamos. Es como si hubiera una separación invisible entre sus vidas y la mía. A pesar de que la gente se agrupa por las noches, sentándose en sus equipos para intercambiar anécdotas y relatos, una vez que aparezco, el ambiente cambia; la conversación se apaga o, en el mejor de los casos, se desplaza hacia una discusión banal sobre el clima: «Hoy las nubes parecen cerca de tocar el suelo…».
Lo más triste de todo es que no escuché esa antigua sabiduría que narra historias profundas y significativas. Esto me lleva a la inevitable conclusión de que debo basar mi propia escritura en la conjetura, como si inventara algo nuevo inspirado en uno de los pilares fundamentales de la creación literaria: la imaginación. Nos convertimos en tejedores de mentiras; cada escritor es un creador de ficciones y, aunque la literatura está inherentemente construida sobre estas mentiras, sirve para recrear nuestra realidad. La regeneración de esa realidad es uno de los cimientos más fuertes de la creación literaria.
En mi opinión, hay tres etapas esenciales en este proceso. La primera es la creación de un personaje, la segunda implica construir la atmósfera en la que ese personaje se moverá, y finalmente, la tercera etapa aborda la comunicación del personaje: cómo se expresa y a qué conclusiones llega. Estos tres elementos son fundamentales para contar una historia. Sin embargo, confieso que hay momentos en los que me asusta el papel en blanco, especialmente porque trabajo con lápiz; quisiera compartir mis métodos de escritura de una manera muy personal.
Al comenzar a escribir, nunca confío en la llamada inspiración; no he creído en ella. Para mí, el arte de la escritura es un trabajo arduo. Me esfuerzo en escribir página tras página, con la esperanza de que eventualmente aparezca una palabra o idea que dé vida a lo que deseo expresar. A veces, después de escribir cinco, seis o incluso diez páginas, el personaje que ambiciono crear sigue sin manifestarse. Luego, de repente, aparece, como si tuviera una vida propia, y me doy cuenta de que estoy siguiendo su camino. Cuando el personaje cobra vida, es evidente; sin embargo, la vida de ese personaje debe reflejar alguna verdad, incluso si nunca se materializa por completo en la realidad.
Por lo tanto, creo que el autor debe ser consciente de su papel en este proceso de creación, de lo que realmente necesita contar. A menudo, cuando un autor escucha o observa aspectos de la vida cotidiana, está, sin saberlo, creando historia. Mis compatriotas y críticos suelen impugnarme al acusarme de mentir, afirmando que no narran la historia tal como se ha vivido. Para mí, lo primordial es la imaginación; hemos hablado antes sobre los tres pilares de la narrativa y cómo circulan en torno a la imaginación. Es fundamental romper cualquier círculo que limite la creatividad; debemos aventurarnos hacia una nueva puerta y atravesarla, permitiendo que nuestra intuición se exprese.
Es esencial trabajar sobre tres conceptos: imaginación, intuición y una aparente verdad. Cuando estos elementos se entrelazan con éxito, la historia que se busca contar parece surgir. Debo aclarar que el trabajo literario es, por naturaleza, solitario; no se puede concebir la literatura como una actividad meramente colectiva. La soledad, pues, se convierte en un medio necesario para la creación, a menudo creando sin pretenderlo, dejando que la intuición fluya.
En esencia, creo que todo relato debe reposar sobre una base que sustente su narrativa. Existen elementos universales que quiero explorar, como amor, vida y muerte. No hay nada que no se haya dicho sobre estos temas, y el verdadero reto radica en tratarlos con originalidad y saberles dar formas únicas. Aquí es donde se presentan las diferencias en la narración: aunque el foco pueda ser el mismo, encontrar la forma adecuada de abordar la historia es lo que realmente la distingue. La vitalidad de un texto depende de su capacidad para atrapar y retener la atención del lector.
Cada vez que una historia o un libro se publica, su esencia parece morir; el autor, entonces, ya no tiene injerencia en ello. No obstante, cuando una obra sigue inacabada, su esencia permanece viva en la experiencia del autor; esa es la razón por la cual se siente el impulso de reevaluar la historia, de recomenzar y buscar qué parte no ha funcionado, qué elemento no se ha movido como debería.
Hablando de mi propia experiencia, la narrativa que extraigo nunca proviene de eventos que he presenciado en la vida real. En su lugar, siempre imagino o recreo, siempre y cuando exista un soporte que lo permita. Este es el enigma de la creación literaria: un proceso enigmático que se intensifica cuando el autor se ve obligado a rescatar al personaje, otorgándole vida. Sin embargo, el autor debe permitir que el personaje tenga su propio recorrido, incapacitándose para incluir su propia visión que pueda perturbar el fluir de la narrativa.
Una de las mayores dificultades que enfrento es despojarme de la figura del autor y permitir que los personajes actúen por sí mismos, alejando mis ideas de la historia. Esta eliminación se convierte en un ejercicio de entrega, donde al final, se entrelazan las ideas que intentan capturar la ideología del sufrimiento humano. Al final de este proceso, lo que emerge es más un ensayo que una historia.
La literatura ha sido una fértil fuente de novelas que se asemejan al ensayo. Pero en términos de género, la historia, especialmente, es un arte eficaz que se centra en la síntesis. Hay que conectar cada idea, cada página, cada opinión del narrador en un solo hilo conductor. El buen narrador es, en efecto, un poeta que debe frenar y no desperdiciar su creatividad; si comienza a escribir por el mero hecho de escribir, las palabras se convierten en un proceso agotador que lleva a la incapacidad.
Es crucial que el autor mantenga su esencia, evitar caer en la repetición; cada historia posee un carácter especial. Personalmente, prefiero las historias centradas, especialmente en el ámbito de la novela, porque este género abraza muchas vertientes.
Es un formato que se adapta a todo, desde cuentos cortos y obras de teatro hasta ensayos filosóficos. Por el contrario, en la narración, la economía de la palabra se vuelve esencial para contar lo que otras cien páginas podrían expresar. En conclusión, esta podría ser una visión sobre los principios de la creación literaria; no pretendo hacer una gran exposición, simplemente estoy compartiendo una reflexión básica, a pesar de mi inquietud al tratar con intelectuales. Al final, el escritor debe intentar ser menos intelectual y más accesible, ya que las ideas complejas solo generan distanciamiento y confusión. Cuando se logra llegar a esta conclusión, se siente que realmente se ha alcanzado algo significativo.
Como saben, no hay escritor o escritora que no enfrente las dificultades propias de poner sus pensamientos en palabras. Estoy convencido de que, aunque nadie es inmune a la falta de inspiración, hay mucho que se puede desarrollar y descubrir cuando se están apagando las luces de la creatividad.