Cultura

Retrato breve de Vargas Llosa

(Lunes 14, 2025, salarios). El primer desacuerdo que se presenta con Mario Vargas Llosa es sumamente positivo para él. Es relevante resaltar que ninguna reunión de lectores, ya sea que se congreguen tres o más personas, ha demostrado ser la plataforma ideal para fusionar el trabajo abierto del autor con una multiplicidad de prioridades diversas y concurrentes.

Siempre se percibe una atmósfera densa, casi selvática, entre aquellos que claman por la movilidad del tiempo y de los espacios que sorprendentemente evoca Hostilla. Se puede decir que aquel que pierde el sentido de la belleza que emana de este hechizo aventurero, similar al que se encuentra en El fin de la guerra mundial.

Si llegamos a ubicar a un analista discreto dentro del contexto de Historia Entre los muertos, y si el ambiente es cuidadosamente moldeado en favor de la literatura, es factible encontrar también en sus páginas un reflejo de lo fácil y entretenido que puede ser Pantaleón y visitantes, en coexistencia con Tía Julia y el escritor. Definitivamente, tus banderas de Reba lo estarán bajo un nuevo giro.

La divergencia se convierte en el catalizador de largas discusiones, donde el autor peruano observa con cierta indiferencia aristocrática. El comercio literario es un escritor que se toma su labor con seriedad, abrazando las realidades de la fiesta y el mismo daño que han sufrido los niños de su narrativa. A través de esta mirada, limita lo que a sus ojos parece un destino tanto elegante como distintivo.

En un viaje en vano, una de sus novelas se dirigió a esta cita famosa con Salvador Elizondo, en la que su personaje también se llamaba Pedro Camacho: Escribo que escribo. Puedo ver que escribo mentalmente y veo lo que escribo también. Recuerdo ahora escribiendo y escribiendo. Y yo recuerdo que veo escribir y recordarme que recuerdo haber mirado y mirando escribo escribiendo cuando escribo escribiendo. Escribo que escribo que escribo. Me imagino escribiendo escribiendo que estaba escribiendo escribiendo escribiendo que estaba escribiendo que estaba escribiendo si estaba escribiendo, estaba escribiendo«.

Qué simples ritmos se entrelazan en el mundo de Mario Vargas Llosa, un personaje literario que sueña con cultivar una vocación similar a la de Gustave Flaubert. De hecho, «nunca ha llegado al punto de afirmar que los niños son compatibles con el escritor absorbente», lo cual es un reflejo de su compleja vida personal.

Hasta 1964, él mencionó que su segundo matrimonio, el que contrajo con Patricia, le regaló dos hijos y bastantes expectativas. Esta dualidad entre el desacuerdo original y la continuidad ha sido una virtud que lo ha acompañado a lo largo de su existencia. Sus aventuras vinculadas a Leoncio Prado han surgido desde su propia posición política y su experiencia vivencial.

En alguna ocasión declaró su oposición al dogmatismo, afirmando que no ingresaría a ninguna ideología sin condiciones previas. Así, prefiere analizar causas y situaciones en vez de convertirse en un conejillo de indias de doctrinas establecidas. La revolución cubana es un claro ejemplo, ya que durante más de diez años se sintió atraído por las promesas de un cambio, especialmente en momentos previos a la Revolución Sandinista, aunque sus lazos con la oligarquía opresiva de uno de los países más empobrecidos de América lo llevaron a una profunda reflexión.

El «causalismo» que estudia a fondo puede ocasionar dilemas, y al mismo tiempo, desvelar las menos contradictiones detrás de las razones por las que apoya ciertos movimientos. Por ejemplo, a lo largo de 1967, argumentó que las montañas en la periferia de Bogotá presentaban «vecindarios de miseria que no se presentan en Cuba», lo que llevó a la eliminación del socialismo en su narrativa personal.

Aunque las primeras concesiones cubanas ya no están vigentes, estaba en búsqueda de un Modus vivendi que se alejara del régimen opresor que existía en Perú, en lugar de apoyarse en el nebuloso Achucaray.

Con tales precursores, resulta inevitable esperar una obra con profundidad. Esto es aún más evidente cuando consideramos que se trata de un escritor cuyos ojos están puestos en el panorama global. Es un autor de varias estrellas que se siente más joven por la fuerza de su trabajo y por su fuerte capacidad de crítica literaria.

Contrario a lo que muchos podrían pensar, el creador de Entrevista en la catedral se revela como mucho más pacífico que todos sus personajes, que suelen volverse agresivos en sus tramas. Su voz es sustentada por una belleza modal que persuade y habla con una sutileza que embriaga. Aunque su tono puede ser valiente y directo, está impregnado de una tolerancia genuina, lo que contrasta dramáticamente con la insostenible agitación de algunos de sus personajes.

A través de esa escucha atenta, demuestra ser extremadamente sensible; tanto lo que percibe como lo que escucha puede transformarse en una rica conceptualización. La forma en que se expresa es casi poética: despacio, dejando que cada idea florezca, reforzando conceptos sin parecer pedante. Es un recordatorio de que muchas personas creen que la fama y la inteligencia simplemente se encuentran en el camino de la fortuna personal.

En febrero de 1982, decidió realizar dos cosas a la vez: presentar su novela La guerra final del mundo y asistir al estreno de la señorita Tacna. Sin embargo, existía un deseo más grande que esas metas en su mente. A pesar de su incesante esfuerzo, se encontró asistiendo a varias funciones de teatro, casi anónimamente, sin éxito, eludiendo la dura realidad en la que la ciudad hablaba con su propio acento y, a la vez, reforzando las raíces de su amistad con Costa Rica.

La naturaleza generosa de Vargas Llosa se transforma en confianza; y aunque no podemos pasar por alto la monumentalidad de su trabajo, es inevitable ingresar en un campo que ha intrigado a todos desde sus inicios: la literatura y sus proyecciones, que son indiscutiblemente relevantes.

* Presentación de los autores y otros periodistas en 1982 y 1er Cuatro Café. Lo que aparece en el volumen.